Tal cual Gepetto, y su mujer, entraron en mi consulta. Ella no sabía dónde ubicarse, pero él, cariñosamente le dirigía bien.
Fue cuando percibí o intuí lo que ocurría en sus vidas.
Recuerdo que no hizo falta leer nada, sólo dar los buenos días¨´.
Él respondió con la misma dulzura y gesto de Gepetto (del mismo cuento de Pinocho), o al menos fue lo que percibí, y ella, ante mi saludo, se reafirmó con una gran sonrisa, esas que van de oreja a oreja, y te recorren de fuera adentro, porque sabes que son ciertas...
Después de requerir el mínimo tiempo para sus comprimidos de la memoria, dieron las gracias, y media vuelta, diciendo: ¡¡ que pase usted unas felices fiestas!. Fue cuando mirándole a él, le dije: ¡cuídela !,
y ella, girándose, respondió: lleva ochenta años cuidándome, y cinco de novios...¡Imagínese todo lo que me cuida!
Y agarrándose mutuamente del brazo, se alejaron.
Nunca les olvidaré, y deseo que ésta enfermedad, al menos, les deje nacer cada día.
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